Isaac Singerman se queda sólo cuando su hijo se va a Nueva York para casarse. Considerado el mejor ebanista, al ver la curiosidad que su oficio despierta en Albert, le propone ser su aprendiz. Con él conocerá, por su religión, la filosofía que guía su vida, y también el trato receloso que recibe de muchos por ser judío. De salud delicada, llegada ya su hora, le ayudará a terminar su propio ataúd.