Han pasado varios meses desde el hundimiento de la constructora, pero Antonio no levanta cabeza. Vuelve a trabajar por las mañanas en el Ministerio, dedicándose por las tardes a jugar al mus con un grupo de jubilados en el bar de Tinín, no tiene mayor aspiración que dejar pasar el tiempo hasta su jubilación. Su abulia sólo es alterada por una noticia: Don Pablo está en la cárcel de Carabanchel.