Tirso prepara su exilio temporal en Cádiz. Se despide de Gladys, de sus hijos y de sus amigos, aunque no de Irene porque esa despedida es demasiado dolorosa. Sin embargo, algo trunca su viaje: un atentado con cóctel-molotov contra la ferretería en la que resulta herido Santi. Tirso comprende que la amenaza ya no va dirigida solo contra él sino contra todo su entorno. Es inútil huir. La única opción válida es quedarse y acabar con las bandas para siempre. En paralelo, Ezequiel trata de mantener un perfil bajo tras matar a Linares, la mano derecha del comisario Romero. Sin embargo, su superior sabe que él es el asesino y está dispuesto a demostrarlo usando todos los medios a su alcance. Irene y el bebé reciben el alta médica y se instalan en casa. Este dulce momento tiene una banda sonora en forma de llanto ininterrumpido que afecta a todos.