A principios del siglo XIX, las Islas Canarias se transformaron económicamente con la introducción de la cochinilla, un insecto que produce un tinte carmesí muy valorado en Europa. A partir de 1825, los esfuerzos para aclimatar la cochinilla y cultivarla en tuneras impulsaron un auge económico, favorecido por la crisis de los competidores en Centroamérica. Este cultivo revitalizó la agricultura canaria, fomentó la construcción de puertos y mejoró el comercio. Sin embargo, la llegada de colorantes sintéticos y eventos globales como la guerra Franco-prusiana llevaron a la caída de la cochinilla, marcando el fin de una era económica y la búsqueda de nuevas alternativas para las islas.